UNA ASAMBLEA EN EL PUEBLO DE VIRUNDO
(CAPITULO I)
—En el pueblo de San Juan de Virundo, siendo el día martes a horas 6 de la noche, reunidos todo el pueblo en una magna asamblea, bajo la convocatoria de las autoridades para tratar el tema sobre la conservación de los bosques naturales—de repente levantó los ojos como pinchado el secretario de actas, y vio a lo lejos, en el cielo por encima de un cerro algo raro. Se quedó por un momento con la boca abierta paralizado, como si de pronto habría perdido la respiración, y señalando con el dedo (por encima de los asambleístas) en dirección hacia el horizonte donde se unía el cielo con la tierra, exclamó:
—¡Miren! ¡miren! ¡Allá en Agsonshe! —había estirado el brazo sobre la multitud.
Wenslao, acababa de ver en el cielo de color tinta una especie de luz extraña, pero algo diferente a las estrellas, y nadie más vio que él, porque toda la gente miraban el libro de actas que sostenía mal entre sus manos.
Lo que vieron sus ojos era como un gran disco plateado: arrojando luces de diferentes colores a través de numerosas pequeñas ventanas; lógicamente, una cosa como aquella no podía tratarse de una estrella cualquiera.
—Ya, ya continúa con la lectura—le dijo alguien impacientándose ya que eran altas horas de la noche.
—¡Vi algo raro!—insistió Wenslao—. ¿Ustedes también vieron?
Ninguno parecía dar crédito a esto.
La población estaba a oscuras bajo aquella estrellada noche debido a que se había producido un apagón general, aunque, menos en la plaza de armas. Ésta estaba a la luz de varias gruesas velas de cera que habían plantado y que chisporroteaban apuntando al cielo enérgicas llamas que iluminaban la asamblea.
—Tonterías será tu legaña—dijo el alcalde como quien gasta una broma y la multitud estalló en una carcajada.
—¡Quién sabe, un avión!—dijo otro virundino.
—Tal vez sea una estrella fugaz—dijeron unos cuantos de aquí de allá, y, así es como crían la gente. Y entonces el nuevo secretario de actas reanudó con la lectura lo que seguía ya que era la última parte de la asamblea, para que dentro de poco se fueran todos a sus casas a descansar, hasta los ancianos y niños ya cabeceaban de sueño.
¡Pero se equivocaban! La extraña luz que por casualidad había visto Wenslao en el firmamento era nada menos que una extraña nave espacial. Y efectivamente, más allá del pueblo a unos kilómetros, en el interior de esa nave flotante dos hombres no se ponían de acuerdo:
—Así estará mejor—dijo uno de ellos por fin, el que parecía pasajero.
—Es que tiene pequeñas desperfecciones mecánicas—contestó el otro que más parecía piloto de un avión.
—Que nos vieran las gentes, sería una negligencia por parte de nosotros…—mientras decía esto el pasajero, el piloto acaba de efectuar unas complicadas maniobras, bajando palancas, oprimiendo botones y la nave con un sacudón suave desapareció total de la vista.
—Okay, ahora ya somos invisibles—afirmó el piloto que era un pequeño viejo duende.
—Es mejor—dijo el otro que era como un hombre alto y robusto pero que tenía aspecto diferente al de una persona humana.
Entonces la nave de forma invisible continuó flotando, se aproximaba cada vez más hacia el pueblo de San Juan de Virundo.
Ahora ambos ocupantes de la nave se acomodaban bajando las ventanillas para ver mejor lo que los esperaba a continuación. Y de modo que se acercaban comentó el pasajero:
—Lo del flete está arreglado ¿verdad señor Gruby?
—No te preocupes. ¡Cincuenta soles de oro por 7 horas¡ la verdad nunca he hecho el servicio de taxi—respondió el piloto.
De modo que le alcanzó una sugerencia con sarcasmo:
—Pues, deberías dedicarte a este tipo de trabajo. Esos platillos voladores de los Nazis, iban a ser de transporte público, como los aviones comerciales de hoy—dijo, y después continuó—. Quién sabe, están listas por ahí escondidas para salir en cualquier momento…
—¡Ah, esos!—replicó el pequeño piloto duende como si no estuviera de acuerdo con ese comentario sarcástico de su pasajero y sin embargo continuó—, esos, de alguna manera se acercaron a buenos modelos…, pero fabricar un platillo volador de verdad…
—¡Ahí está el pueblo!…—interrumpió exclamando el otro hombre al mismo tiempo sacando la cabeza por la ventanilla y apuntando con el dedo, al ver por primera vez, desde el espacio el pueblo de San Juan de Virundo.
El pequeño piloto hizo otras sencillas maniobras y la nave giró sobre el pueblo describiendo un amplio círculo como si fuera una gaviota plateada sobre un charco de luz en medio de una laguna. Y, para sorpresa de ambos la población estaba casi a oscuras, solamente el centro que era la plaza de armas estaba iluminada con numerosas velas como antorchas de luces amarillas, y por otra parte la asamblea estaba a punto de terminar y dentro de un rato—quién sabe de unos minutos— los asambleístas se retirarían por fin a sus domicilios, pero felizmente nadie en ese momento levantaba la vista o veía alguna otra cosa extraña, ni oían algún ruido, excepto Wenslao se había comportado extrañamente mientras pasaba lectura, quien parecía extrañamente presentir la presencia de alguien no deseado; pero tampoco estaba seguro de lo que imaginaba ¿cómo podía ser posible?
Dados las 7 vueltas sobre el pueblo, los extraños visitantes buscaron y fijaron un lugar en donde aterrizar la nave invisible de color plateado.
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EL DESCUBRIMIENTO DEL PUEBLO VIRUNDO
(CAPITULO II)
El pueblo de Virundo está al pie de Keskaray. Un río atraviesa la población separando en dos partes y está más allá el sombrío Kewñawayko por donde baja otro río más caudaloso, cada vez que llueve intensamente.
Entonces la nave espacial posó suavemente sobre una plataforma de roca sobre Keskaray.
—Apaga las luces—ordenó el pasajero de la nave.
—No hay problema señor Rakumill—respondió Gruby, el piloto.
El hombre extraño que tenía por nombre Rakumill, y quien parecía de haber estado siempre levantando pesas en un gimnasio saltó de la nave al suelo virundino por primera vez. Se irguió sacudiéndose con brío su cabeza de cerdo, como si la fortaleza de su cuerpo fuera invisible y ocultara una poderosa fuerza. Lució bajo la luz de las estrellas su amplia frente abombada, su nariz ñata y con una mano se tocó una de sus prominentes mandíbulas que al mismo tiempo eran sus rasgos notables. Y sus ojos verdes opacados como dos semáforos sin vida se fijaron en la población con interés.
Tenía una armadura metálica como un guerrero cruel pero bajo el cuál parecían mal ocultados paquetes de masas musculares como de esos míticos héroes invencibles. Estaba allí arriba de pie como si en cualquier momento, además, pegara un grito potente de invocación a los cielos por haber descubierto el pueblo de San Juan de Virundo, por primera vez; pero era un extraño hombre, uno de fuera por no decir mal las cosas vulgarmente como extraterrestres, marcianos… Ésta vez venía a cumplir una misión especial, a llevarse un tesoro a una lejana ciudad en una región oscura.
Y sin perder de vista al pueblo y como sin perder un minuto más sacó una jeringuilla de uno de sus bolsillos de su muslo y se inyectó un liquido viscoso de color verde que era energetizante. Segundos después, por un momento su rostro de cerdo pareció llenarse de placer incontenible como si le habría llegado el efecto del líquido verde y en seguida se desplomó convulsionando incontrolablemente sobre la dura roca desde donde se veía mejor el pueblo.
Y nuevamente se puso de pie lanzando la vista hacia abajo por encima de la copa de los altos eucaliptos desde donde se extendía la población a sus anchas.
En aquél momento ya casi nadie más de los asambleístas estaba dispuesto a continuar parado, de pie bajo una fría noche; el muchacho Wenslao terminaba de leer lo que había redactado.
La asamblea convocada por el alcalde por: “conservación de los bosques naturales” había concluido; y, la multitud de la plaza de armas empezaba a desparramarse vaciarse. Toda la gente se iban calle abajo calle arriba con las escasas velas en mano en distintas direcciones, cada familia se marchaba presurosas al calor de sus casas retorciéndose las manos buscando en algo calentarse.
Niños llorando, ladridos de perros, voces y gritos eran que se oían por las 4 calles que partían desde la plaza; o en la punta de las gruesas velas de cera que quedaban flameaban moribundas las pocas llamas con el soplar de las brisas de la noche.
Para los habitantes del pueblo de San Juan de Virundo había llegado la hora de acostarse, después de una larga y ardua jornada de asamblea presididos por las principales autoridades; escuchar los diferentes puntos de vista, las réplicas, las opiniones…duraron tanto, sin que se enteraran… de que dos personas extrañas recién llegados en una nave espacial los espiaban desde el mirador Keskaray. Esos extraños acababan de pisar sus suelos por primera vez. Aunque todo estaba claro de que esa noche se acostarían con toda la normalidad, sin saber de que los extraños visitantes escrutaban con sus ojos desde arriba, salvo para el muchacho Wenslao, ésta era su noche extraña donde estaba nervioso, como por todo su cuerpo recurriera un vago escalofrío.
Y por otra parte los virundinos casi nunca (digamos) habían oído alguna historia: inventadas, o tenido acontecimientos misteriosos ni extraños ¡ni mucho menos de naves espaciales!, extraterrestres… cosas así por el estilo…y sin duda alguna, si alguna persona de cuenta cuentos habría llegado a este pueblo y en la plaza de armas los relatase una historia que fuera inventada o ficticia ¡sin duda alguna!, les habrían resultado puro disparates; y, naturalmente habría intervenido un poblador para opinar, diciendo: “hay que ser bastante tonto e irrealista para creer en estas cosas ¿no?” hasta habría resultado totalmente contraria a las buenas costumbres que se practicaba en el pueblo; y, ¿ quién no había oído de esas buenas costumbres? ¿y que consistían también en otras aficiones buenas?, como carrera de caballos, corrida de toros menos tonterías como cacería de cerdos..., jugar al golf en el estadio… nada de nada de esas cosas… Pero sin embargo aquella noche una nueva historia comenzaba a nacer con la llegada de los extraños personajes.
Y si alguna persona los hubiera visto a esos extraños visitantes en aquel instante que espiaban sin duda le habría costado creerlo o la misma nave espacial lo hubiera impresionado tanto al aparecer y desaparecer. ¡Se habría desvanecido!
Pero en aquél momento nadie parecía darse cuenta más que Wenslao, y la nave estaba estacionada silenciosamente sobre Keskaray, y uno de los extraños visitantes llamado Rakumill se aclaró la garganta y dijo algo molesto:
—¿Señor Gruby y usted no quiere pisar el suelo virundino?
—No gracias, tengo mucho frío—contestó el piloto que era un duende precavido desde la nave retorciéndose también las manos y conformándose nada más con echar un vistazo al pueblo a través de las ventanillas redondas de cristal.
Y Rakumill meneó la cabeza con brusquedad como si desaprobara esto.
—No creas que bajaré caminando hasta el pueblo—dijo algo disgustado al notar desanimado al piloto Gruby—me atacarían perros, aunque no me vieran, odio los perros.
Como había notado Rakumill el piloto de la nave le comunicó:
—Señor Rakumill tendrá que usted bajar caminando, creo que yo me regresaré de aquí, porque tengo prisa…—había dicho Gruby desde la cabina encendiendo una curiosa pipa que parecía un cuerno de una cabra, como si quisiera evitar algún problema con este pueblo.
Así que nuevamente Rakumill subió a la nave de mala cara, y como con aspecto irritado se sentó junto al piloto dando un portazo tras sí.
—Está bien, te aumentaré más 5 dragones de oro.
El piloto durante un momento se quedó callado, y al final dijo:
—Está bien—la oferta nueva era buena, así que había admitido, aunque no conocía muy bien a su extraño pasajero se arriesgaría ésta vez—, le llevaré hasta el pueblo pero temo de que...
Una nave espacial sobre la plaza de armas de Virundo
(CAPITULO IV)
La nave con un suave temblorcito despegó despacio y se elevó una altura más o menos de dos metros y viró en dirección del pueblo flotando lentamente en forma horizontal hasta que se situó en un punto, exactamente sobre el centro de la población donde estaba la plaza de armas...
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